Una extraña y aterradora enfermedad está matando gente en todo el mundo. La opinión médica está dividida y es muy difícil hacerse una idea exacta de lo que está ocurriendo. Las autoridades tratan de evitar el pánico, los viajes se han visto interrumpidos y las noticias falsas son moneda corriente. Todo esto ocurría cuando Charles Dickens tomó su pluma en agosto de 1856 para escribir una carta a Sir Joseph Olliffe, médico de la embajada británica en París.
Recientemente descubrí la carta durante mi investigación sobre la correspondencia de toda la vida del gran escritor. En ella, Dickens agradecía al médico que le hubiera alertado de un brote de difteria en Boulogne-sur-Mer, en la costa del norte de Francia, mientras estaba de vacaciones allí. Tres de los hijos del escritor estaban en ese momento en la escuela y se preparaban para el nuevo curso. Dickens le dijo al médico: «No tengo ninguna duda de que estamos en la situación más saludable aquí, y en la casa más pura. Aun así, si nos ordenara que nos fuéramos, obedeceríamos».
La difteria era entonces poco conocida y el público se refería a ella como «dolor de garganta maligno», «dolor de garganta de Boulogne» o «fiebre de Boulogne». Su nombre científico, difteria, fue concebido por Pierre Bretonneau y hacía referencia a la membrana coriácea que se desarrolla en la laringe como consecuencia de una infección bacteriana. Era peligrosa, contagiosa y a menudo mortal. La enfermedad se propaga del mismo modo que la COVID-19: por contacto directo o por gotitas respiratorias.
En la carta, Dickens destacaba el caso del doctor Philip Crampton. Éste se encontraba de vacaciones en Boulogne más o menos al mismo tiempo que Dickens cuando dos de sus hijos, de dos y seis años, y su esposa, de 39 años, murieron con una semana de diferencia de difteria. Dickens escribió:
No tenía idea de nada tan terrible como la experiencia del pobre Dr. Crampton.
Con la propagación del contagio a través del canal de Francia a Inglaterra, las investigaciones científicas se aceleraron y para 1860 -cuatro años después de su primera detección en Inglaterra- la historia, los síntomas y la comunicabilidad de la enfermedad se comprendían mejor.
Boulogne era entonces el lugar favorito de los ingleses, que en la década de 1850 eran 10.000 (una cuarta parte de la población). A Dickens le gustaba la ciudad, a la que llamaba «el lugar más pintoresco y bueno que conozco», porque podía permanecer relativamente en el anonimato. Podía disfrutar del agradable clima veraniego, que era propicio para su trabajo. Se podía llegar a Boulogne desde Londres en unas cinco horas, mediante el tren y el ferry desde Folkestone, que salía dos veces al día.
Escribió allí partes de Bleak House, Tiempos difíciles y La pequeña Dorrit y lo convirtió en el centro de su artículo periodístico, Our French Watering-Place, publicado en su revista Household Words. Dickens desarrolló una cálida relación con su casero francés, Ferdiand Beaucourt-Mutuel, que le proporcionó un excelente alojamiento, tanto en Boulogne como, en años posteriores, en la aldea de Condette, donde había instalado a su amante, Ellen Ternan, en un nido de amor.
Dickens debió de preocuparse por los relatos de la prensa sobre el «dolor de garganta de Boulogne» y envió a sus hijos a Inglaterra por seguridad. Las autoridades médicas francesas restaron importancia al alcance de la infección, que desgraciadamente coincidió con un brote de tifus que mató al amigo de Dickens, el escritor y periodista cómico Gilbert Abbott À Beckett. À Beckett también había estado de vacaciones en Boulogne y -en otro giro trágico- mientras yacía mortalmente enfermo, su hijo Walter murió de difteria dos días antes de que él mismo se contagiara de tifus.
En una carta enviada a The Times el 5 de septiembre de 1856, un grupo de prominentes médicos de Boulogne señaló que «con muy pocas excepciones, esta enfermedad se ha limitado a los barrios más pobres de la ciudad y a los más indigentes de la población». Unos días más tarde, el 12 de septiembre, una persona que se hacía llamar «Otro enfermo de la fiebre de Boulogne» escribió al periódico para decir que se había alojado en la misma pensión que À Beckett y que su mujer había contraído la difteria. Concluía su carta suplicando:
Si pueden dedicar un poco de su valioso espacio a esta carta, puede ser también de utilidad para advertir a las personas que pretendan cruzar el canal hacia Boulogne.
Desinformación
Esto provocó otra carta de las autoridades médicas de Boulogne, el 16 de septiembre, en la que se cuestionaban las afirmaciones de «Otro sufridor» y se señalaba que el «pánico» se limitaba «casi por completo a los visitantes temporales» -aunque los médicos admitían: «Con toda seguridad, no aconsejaríamos a nadie que llevara a un niño» a «una casa en la que hubiera existido recientemente un dolor de garganta maligno». La desinformación sobre la epidemia era generalizada: las pensiones y las compañías de viajes seguían anunciando sin reservas Boulogne como destino de vacaciones. Incluso el hotel donde murió À Beckett ocultó la verdadera causa de su muerte.
Como periodista que era, Dickens era muy sensible a las noticias falsas. En su carta a Olliffe observó:
Hemos tenido un conocimiento general de que existe tal Malady en el extranjero entre los niños, e incluso dos de nuestros pequeños conocidos han muerto de ella. Pero es extraordinariamente difícil… descubrir la verdad en un lugar así; y la gente del pueblo, naturalmente, teme especialmente que yo la conozca, ya que tiene muchos medios para darla a conocer.
En 1856, aquellos que eran cautelosos y prudentes tenían más posibilidades de sobrevivir y finalmente la vida volvió a la normalidad para Dickens. Sus hijos volvieron a la escuela en Boulogne y él volvería muchas veces.
Hasta 1920 no se desarrolló una vacuna contra la difteria, aunque hasta 1940 no se ofreció gratuitamente a los niños a escala nacional. Las vacunas para la COVID-19 se están extendiendo ahora y es de esperar que la vida vuelva a la normalidad también para nosotros. Volveremos a nuestros destinos de vacaciones, quizás incluso a Boulogne, para seguir los pasos de Dickens en una ciudad que tanto amaba.