Ann Hasseltine Judson, misionera y primera esposa de Adoniram Judson, nació en Bradford, Massachusetts, el 22 de diciembre de 1789 y murió el 24 de octubre de 1826.
Ann Hasseltine Judson
Era una muchacha dinámica y fue educada en la academia Bradford, donde destacó como estudiante. El 5 de febrero de 1812 se casó con Adoniram Judson, quien había sido encomendado como misionero a la India y doce días después zarparon, con Harriet Newell y otros, hacia Calcuta. Durante la travesía, ella y su marido quedaron persuadidos de los principios bautistas y al llegar a Calcuta se bautizaron en septiembre siguiente. Cuando a los misioneros americanos se les ordenó salir de la India, el matrimonio Judson zarpó para la isla de Francia, donde se enteraron de la muerte de Harriet. Se quedaron allí hasta julio, cuando fueron a Rangún, en Birmania, comenzando a hacer obra misionera. Otros misioneros se les unieron, pero la enfermedad y la incidencia del clima hicieron mella en Ann y a finales del verano de 1821 fue a Calcuta y luego a Inglaterra, regresando finalmente a América en septiembre de 1822. Tras estar unas pocas semanas con sus amigos en Bradford, aceptó una invitación para pasar el invierno en Baltimore, con la familia de su cuñado. Allí escribió History of the Burman Mission, en una serie de cartas a Mr. Butterworth, miembro del parlamento, con cuya familia se había quedado mientras estuvo en Inglaterra.
En junio de 1823 Ann partió de nuevo para el campo misionero, con renovada energía física e incrementada resolución de propósito, uniéndose a su marido en diciembre. Unos días después partieron para Ava, la capital de Birmania, y cuando acababan de completar los preparativos para su esfuerzo misionero, estalló la guerra entre los birmanos y el gobierno británico de Bengala. Adoniram Judson fue capturado, cruelmente tratado y encerrado como prisionero por el gobierno birmano más de 18 meses, la mitad del tiempo con grillos. Las tareas de su esposa, durante ese tiempo, son uno de los capítulos más destacados de la misión femenina. Día tras día intercedía en favor de su marido y otros presos ante los oficiales del gobierno, aunque sin resultado y cada día caminaba dos millas para llevarles comida que ella había preparado. Sin su socorro habrían perecido. Había aprendido la lengua y finalmente sus apelaciones, escritas en elegante birmano, llegaron al emperador, cuando ningún oficial se atrevía a mencionarle el asunto. El sagaz monarca, temeroso de la suerte de su reino (pues un victorioso ejército inglés marchaba hacia su capital) se dio cuenta de que era mejor contar con ella, nombrándola su embajadora ante el general Sir Archibald Campbell, para preparar un tratado. Fue recibida por el militar británico con toda la ceremonia de un enviado extraordinario. Ella gestionó los asuntos del emperador con fidelidad, suscribiéndose un tratado por su influencia, lo que el monarca supo tener en cuenta. Logró la libertad de su marido y otros presos y reanudaron su obra misionera.
Cuando la intensa excitación que había soportado pasó, Ann sintió la reacción con terrible fuerza. Esto, añadido a sus grandes sufrimientos, minó su vigor y en el curso de unos meses, mientras su marido estaba ausente en otro puesto del deber, murió. Unos meses después su única hija también murió. Ambos fueron enterrados bajo un árbol cerca de las orillas del río Salween.