Las consecuencias a largo plazo de ser un bebé prematuro

Uno de cada diez niños nace con menos de 37 semanas de gestación, lo que implica que cada año se producen unos 15 millones de nacimientos prematuros en el mundo.

Las causas de nacimiento de prematuros son múltiples:

  1. Maternas: embarazos múltiples, infecciones maternas, enfermedades crónicas maternas, diabetes, hipertensión arterial e influencia genética.

  2. Fetales: malformaciones congénitas o «hydrops» fetal.

  3. Placentarias: inserción anómala de la placenta, desprendimiento prematuro de placenta o insuficiencia placentaria por trombosis múltiples.

  4. Ambientales: contaminación ambiental y alimentaria o accidentes en el entorno urbano o laboral.

Dependiendo del grado de prematuridad, se ha establecido la siguiene clasificación:

  • Extremadamente prematuro: Menores de 28 semanas de gestación.

  • Muy prematuro: De 28 a 31 semanas y 6 días de gestación.

  • Moderadamente pretérmino: De 32 a 33 semanas y 6 días de gestación.

  • Prematuro tardío: De 34 a 36 semanas y 6 días de gestación.

El peso más bajo registrado en un prematuro fue en San Diego (EEUU), con 245 gramos en una bebé nacida en el año 2019 a las 23 semanas y 3 días de gestación y, por cierto, está actualmente viva.

El límite de la viabilidad de un prematuro actualmente está en las 23 semanas de gestación.

La supervivencia ha mejorado debido a tres hitos alcanzados en la historia de la Neonatología: el uso de surfactante como terapia para tratar la inmadurez pulmonar con la que nacen, el uso de corticoides en las embarazadas con alto riesgo de parto prematuro y el uso globalizado del método «canguro» en el cuidado habitual del recién nacido prematuro.

¿Ser prematuro conlleva algún riesgo en la vida adulta?

Es la pregunta eterna en Neonatología, una disciplina que ve como día a día mejora la supervivencia de los prematuros extremos, evitando las complicaciones más graves que estos bebés suelen tener en su proceso de maduración extrauterina.

Se han publicado numerosos artículos científicos en la literatura médica hablando de las consecuencias de nacer prematuro, tanto en el desarrollo físico y mental infantil como sus efectos en la salud en la vida adulta.

Actualmente se acepta unánimemente que nacer prematuro aumenta el riesgo de presentar alteraciones neurosensoriales (parálisis cerebral, ceguera, sordera o retrasos del desarrollo neurológico), autismo, trastornos de déficit de atención (con o sin hiperactividad) y síndrome metabólico (obesidad y diabetes) en la vida adulta.

El riesgo de presentar alguna de las enfermedades anteriormente mencionadas no es homogéneo en todos los prematuros, sino que depende de dos aspectos claves. Por un lado, el grado de prematuridad: cuanto antes nace, mayor riesgo de presentar complicaciones y, por lo tanto, mayor riesgo de consecuencias en la edad adulta.

Por otro lado, está condicionado por las enfermedades asociadas al prematuro nacido. Si presenta alguna patología al nacer –malformaciones congénitas, retraso de crecimiento intrauterino o infecciones–, empeora bastante el pronóstico.

Monitorización de un bebé prematuro. / Beerkoff

Prematuros y enfermedad cardiovascular

El 7 de julio la revista médica Pediatrics se hizo eco de un metaanálisis de todos los estudios publicados (hasta marzo de 2020) comparando la función cardíaca de los recién nacidos prematuros con los nacidos a término. No solo al nacer sino en diferentes momentos de sus vidas, incluyendo la edad adulta.

Los resultados muestran sin lugar a dudas que los prematuros de menos de 37 semanas de gestación, y sobretodo los de menos de 32 semanas, presentan peores parámetros de funcionalidad cardíaca en la edad adulta. Además de menor masa cardíaca en relación a los recién nacidos a término. En otras palabras, su corazón funciona peor y pesa menos.

Esto tiene dos implicaciones importantísimas para los servicios de Salud Pública.

  1. En primer lugar, que los adultos que nacieron prematuros, sobretodo con menos de 32 semanas de gestación, tienen menor capacidad para adaptarse y recuperarse del daño sufrido en el miocardio tras un infarto, tan prevalente en nuestra sociedad. Eso implica mayor mortalidad y, entre los que sobreviven, mayor incidencia de insuficiencia cardíaca crónica.

  2. En segundo lugar, especialmente en este grupo de población, deberían promocionarse unos hábitos saludables desde la infancia. Concretamente, actividad física moderada diaria, evitar el tabaquismo, evitar la obesidad y controlar la tensión arterial para reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular en el adulto.

En definitiva, controlar todos los aspectos que, según sabemos hoy, incrementan el riesgo de presentar una enfermedad cardiovascular: edad, género, tabaquismo, Índice de Masa Corporal (IMC), valores de tensión arterial (TA), diabetes y niveles de colesterol en sangre. Que son, ni más ni menos, los parámetros que usan todas las sociedades de cardiología para calcular si presentamos un bajo, medio o alto riesgo de mortalidad en los siguientes 10 años.

Lo que parece indiscutible es que, tras el artículo publicado por Pediatrics, a estos factores favorecedores de sufrir una enfermedad miocárdica se tendría que añadir el hecho de haber nacido prematuro como factor de riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular en la vida adulta.

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